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MIGRACIONES: PACÍFICO EN CALI

A las orillas del río Cauca, en Cali, se asienta una comunidad cuyos habitantes son nativos de Cali y migrantes del Pacífico. ¿Cuáles son sus dinámicas sociales?

VIDEO: TRADICIÓN AL HOMBRO

Cada 15 de agosto la comunidad de La Playa Renaciente se levanta desde muy temprano; sus habitantes madrugan para rezarle a la Virgen de la Asunción mientras navegan en balsas por el río Cauca.

Esta comunidad, ubicada en el corregimiento de Navarro, en Cali, encuentra en aquella fiesta-ritual una manera de reivindicar sus identidades. Ven en su cultura una forma más dichosa de habitar el territorio.

RADIO

ARTICRÓNICA: UN PEQUEÑO PACÍFICO EN CALI

La Playa renaciente, un territorio afrodescendiente que se niega a desaparecer

Es una virgen pequeña de porcelana, no sobrepasa el metro. Viste un traje blanco con azul aguamarino. Flores amarillas cubren su base y una mesa plástica le sirve como soporte. Dos bombos la acompañan, al igual que un grupo de veinte hombres, mujeres y niños afrodescendientes que se reúnen en la esquina del Consejo Comunitario del poblado. 

El sonido de los tambores del Pacífico invita a que la comunidad salga al encuentro con la Virgen. Es 15 de agosto. El sol aún no se anima a aparecer del todo y hay un aire ritual en las personas. Es el día de la Virgen de la Asunción y la comunidad de La Playa Renaciente se prepara para celebrarlo.

Son las 6 de la mañana. Don Fánor -hombre de 66, bajo y acuerpado- unas cuantas cuadras más allá, a las orillas del río Cauca, salta sobre dos botes. A la 1 de la tarde debe tener listos dos planchones para la procesión de la Virgen por el río. 

Junto a dos trabajadores descarga guadua sobre pequeños cúmulos de arena que se desbordan más allá de la orilla. Los hombres se mueven rápido, cargan al hombro la guadua y la llevan a las lanchas. Atraviesan la madera entre ambos botes y lanzan esterilla para hacer un piso falso.  

“En 1952 fue la primera balsada”, explica Don Fánor, mientras martilla un pedazo de la guadua que sostiene con su mano izquierda.  

“Esto es un legado que nos han dejado. Nosotros somos creyentes, esto es de devoción, de credibilidad”, argumenta
 

Un Poblado Negro

La Playa Renaciente es un poblado negro. Un pequeño sector del corregimiento de Navarro, en Cali, que se resiste a desaparecer. Una comunidad en la que muchos viven de la arena y la guadua, y donde su gente lucha por la reivindicación de su cultura y de su territorio. Ahí, en los límites del río Cauca, a la altura del puente de Juanchito, en una ciudad que se mueve con ritmo frenético y devastador, se asienta un pequeño Pacífico en Cali.   

“La Playa es un territorio ancestral, esta fue la puerta del desarrollo de Cali. Cuando había navegación, todo lo que entraba al Valle del Cauca pasaba por este sitio. Los primeros negros esclavizados del departamento entraron por este territorio. Aquí hay gente de las cuatro costas pacíficas; este es un asentamiento de comunidades negras y vos sabes que donde hay negros, negros llegan”, dice Leonardo Márquez Mina, representante legal del Consejo Comunitario Comunidades Negras de La Playa Renaciente.

La mayoría de los habitantes de La Playa son nativos. Nacidos y criados en el poblado. Con una fuerte cercanía a las tradiciones del Pacífico que se ha alimentado de diversas olas de migraciones. Algo que riñe con el rótulo de "invasores" que en varias ocasiones han recibido desde la institucionalidad del municipio. 

De La Playa su gente se siente orgullosa, pues en ellas no solo han trascurrido sus vidas, sino que han construido una identidad, una forma de ver y habitar el mundo.

“Pa’ mi ser de aquí significa todo. Así digan que es malo, que roban y todo eso. Aquí nosotros nos sentamos, conversamos, nos dan las 11 o 12; en otra parte no podemos hacer lo mismo, porque aquí nosotros nos conocemos entre todos”, cuenta Doña Carolina, una mujer de 70 años, lideresa del sector.

“Vivir aquí significa mucho porque lógicamente lo tengo todo, yo llegué a la edad de 6 años, y lo que tengo lo he conseguido por medio de mi trabajo. Somos sostenibles porque tenemos nuestro propio empleo. No toda la comunidad, pero hay quien sí”, explica Don Leonardo.

“Nosotros aquí tenemos una vida digna, no es como dicen los funcionarios que nosotros queremos una casa digna, porque aquí vivimos dignamente, indignamente es que nos vayan a meter por allá en una caja de fósforos. Lo que está haciendo el Estado hasta ahora” concluye.
 

La Playa Renaciente es un poblado negro. Un pequeño sector del corregimiento de Navarro, en Cali, que se resiste a desaparecer. Una comunidad en la que muchos viven de la arena y la guadua, y donde su gente lucha por la reivindicación de su cultura y de su territorio. Ahí, en los límites del río Cauca, a la altura del puente de Juanchito, en una ciudad que se mueve con ritmo frenético y devastador, se asienta un pequeño Pacífico en Cali.   

“La Playa es un territorio ancestral, esta fue la puerta del desarrollo de Cali. Cuando había navegación, todo lo que entraba al Valle del Cauca pasaba por este sitio. Los primeros negros esclavizados del departamento entraron por este territorio. Aquí hay gente de las cuatro costas pacíficas; este es un asentamiento de comunidades negras y vos sabes que donde hay negros, negros llegan”, dice Leonardo Márquez Mina, representante legal del Consejo Comunitario Comunidades Negras de La Playa Renaciente.

La mayoría de los habitantes de La Playa son nativos. Nacidos y criados en el poblado. Con una fuerte cercanía a las tradiciones del Pacífico que se ha alimentado de diversas olas de migraciones. Algo que riñe con el rótulo de "invasores" que en varias ocasiones han recibido desde la institucionalidad del municipio. 

De La Playa su gente se siente orgullosa, pues en ellas no solo han trascurrido sus vidas, sino que han construido una identidad, una forma de ver y habitar el mundo.

“Pa’ mi ser de aquí significa todo. Así digan que es malo, que roban y todo eso. Aquí nosotros nos sentamos, conversamos, nos dan las 11 o 12; en otra parte no podemos hacer lo mismo, porque aquí nosotros nos conocemos entre todos”, cuenta Doña Carolina, una mujer de 70 años, lideresa del sector.

“Vivir aquí significa mucho porque lógicamente lo tengo todo, yo llegué a la edad de 6 años, y lo que tengo lo he conseguido por medio de mi trabajo. Somos sostenibles porque tenemos nuestro propio empleo. No toda la comunidad, pero hay quien sí”, explica Don Leonardo.

“Nosotros aquí tenemos una vida digna, no es como dicen los funcionarios que nosotros queremos una casa digna, porque aquí vivimos dignamente, indignamente es que nos vayan a meter por allá en una caja de fósforos. Lo que está haciendo el Estado hasta ahora” concluye.
 

El Día de la Virgen

Es poco más del mediodía. Niños y niñas se agolpan en el Consejo Comunitario. Doña Carolina, una de las encargadas de la balsada de la Virgen, viste a las niñas de La Playa con trajes enterizos de colores fucsia, amarillo y azul.

 

Las balsas ya están listas, se adornan con moños y flores blancas. Banderas  del Valle del Cauca y de Colombia se ondean. Algunos niños intentan subirse pero aún no es hora de partir. Las sillas están puestas, las marimbas empiezan a sonar y los bombos resuenan acompañados de la melodía de los cununos. Algunos jóvenes esperan expectantes y la imagen de la Virgen, esta vez una más grande, se apuesta sobre las calles del poblado. 

Es hora de partir, la Virgen está dispuesta en una de las balsas. Mujeres, hombres y niños abordan la embarcación al ritmo de la marimba. Las cantaoras toman su lugar e inician un ciclo de alabaos que corean moviendo sus guasás por la cuenca del río Cauca. Los botes arrancan y son saludados por familias que se asoman al río desde la orilla.

La balsada es la reafirmación de la cultura del Pacífico en Cali, una tradición que las comunidades preservan y con la cual se apropian de su territorio; una forma de tejer lazos, de perdurar en el tiempo y de resistir a los azares, intereses y dinámicas de un mundo globalizado.  

Por: Luis Castaño

FOTOREPORTAJE: CONVERGENCIA DE IDENTIDADES

GALERÍA FOTOGRÁFICA: BALSADA A LA VIRGEN DE LA ASUNCIÓN

GÉNERO Y TRADICIONES DEL PACÍFICO

Segundo proyecto del Team Univalle, en donde se explora la relación que tiene el género con las tradiciones del Pacífico colombiano

VIDEO: GÉNERO E IDENTIDAD

¿Cómo es el hombre afrocolombiano?

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RADIO: SOMOS MUJERES

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¿Cómo es una mujer del Pacífico? ¿Qué piensan ellas de sí mismas? ¿Qué creen los hombres sobre ellas?

TEXTO: PARTERÍA DEL PACÍFICO

Para cambiar el mundo primero hay que cambiar la forma de nacer                         - Michel Odent

En la Costa Pacífica colombiana hay lugares donde los partos no son estériles; donde está presente el contacto de los elementos de la naturaleza con las personas; donde el afecto y la comprensión se oponen a la violencia y al negocio; donde las agujas no chuzan los brazos de las mujeres; donde no todos los gritos son de dolor y donde nacer no es un simple protocolo, sino un proceso de acompañamiento; un espacio ritual armonioso que celebra el comienzo de una nueva vida. 

 «Un parto tradicional es un parto con dedicación… con dedicación a vincular el territorio a la comunidad, a la familia, y especialmente a interiorizar a la madre en sí misma», dice Liceth Quiñones, partera tradicional de Buenaventura. 

 

Liceth es partera desde los 13 años. Se apropió de la tradición siguiendo los pasos de su madre, quien también ejercía el oficio. De ella aprendió a ver el contexto, a observar, sentir y servir a su comunidad.

 

Y es que la relación entre partera, parturienta y comunidad va más allá de la idea de procedimiento, de parir, del momento en que el niño o la niña llegan al mundo. Una partera acompaña, explica, sensibiliza, cuida, prepara tanto a la embarazada como a su familia antes y después del alumbramiento.

 

«Todo arranca desde la fertilidad. La partera procura que una mujer alinee su ciclo menstrual con el de la luna. Cuando estos se alinean, asimismo se corre la menstruación. Eso da un inicio para que la mujer entienda y sepa cuándo puede quedar embarazada. Y que ella tenga el poder de elegir cuándo embarazarse, y prepararse emocionalmente con su pareja.

 

 « Luego el acompañamiento se fortalece en todas esas atenciones: la partera orienta cómo alimentarse, le hace remedios, le da hierbas para que mantenga su nivel de hemoglobina estable, le enseña cómo sentarse y pararse. Es toda una pedagogía, toda una conversación hablada que se da durante el embarazo hasta llegar allá… cuando la mujer le dice a su partera cómo sueña ese parto, y la partera hace lo posible para tener los elementos necesarios», explica Liceth.

 

 «La partería para la tradición del Pacífico significa un eslabón más de los valores ancestrales y territoriales que nos  identifican con ser negros. Significa ser parte del acervo cultural y ancestral, de una cosmovisión, de cómo concebimos el organizarnos como comunidad, en convivir en sociedad; y cómo comprendemos que se dan los relevos de respeto, de solidaridad, de tejido, unión entre vecinos. Significa fuerza, resistencia y resiliencia ante el conflicto armado», argumenta Liceth.

Un parto solitario

El quirófano: Son cuatro personas. Hay una mujer embarazada, blanca, de contextura gruesa, acostada con las piernas abiertas, un hombre las mantiene separadas mientras una enfermera presiona con la palma de su mano el vientre de la mujer. La presión se hace constante, una y otra y otra vez. La enfermera, traje blanco, gorro azul, guantes de látex, empuña su mano y presiona con fuerza hacia abajo. Uno, dos, tres, cuatro veces. La embarazada se nota extenuada, está sola, asustada y medio dormida.

 

Escenas como estas son reflejo de la violencia obstétrica, y aunque puede que no sucedan en todos los hospitales, si son comunes en Colombia, Latinoamérica y gran parte del mundo, donde se han presentado denuncias de alumbramientos violentos, en el que los niños y niñas son sacados del vientre de sus madres con rabia: son empujados, ultrajados, esculcados y maltratados.

 

«La violencia obstétrica se evidencia de varias maneras, desde la práctica médica invasiva hacia el cuerpo y también de dichos y tratos que se dan a través de las palabras y de los ámbitos donde las mujeres se disponen a dar a luz”, dice Rosana Echeverri, activista Argentina.  

 El parto a la carrera, a la fuerza, solitario y desinformado, está siendo cuestionado por otras formas de nacer, como lo son los partos tradicionales del pacífico y los partos humanizados.

 « No tiene que verse el parto solo como un proceso biológico sino como uno sociocultural. Cada nacimiento debe ser considerado como una experiencia única a la que hay que atender como tal», explica Paula Echeverri de la Fundación Nacer Feliz.  

Partera: matrona, consejera, lideresa y amiga           

La partería no es un acto mecánico e impersonal: es un proceso de encuentro de comunidad; un ritual que genera proximidad entre la gente del Pacífico, y como tal, dan un rol muy importante a sus parteras, quienes se vuelven segundas madres, tías o madrinas.

 

«La partera en la comunidad es una líder porque ella se convierte en una madre, en una psicóloga, en una amiga. Es matrona, es como la guiadora, porque a través de la partería es como ella empieza a visibilizar los problemas en su comunidad», explica Luz Stella Cuero, aprendiz de partería perteneciente a la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico (Asoparupa). 

 

 «La partera es gestora de la paz; es una vigía de la organización social; una persona que te puede dar fe de cómo el conflicto armado la ha cambiado. Cómo ya no es ella la que demanda los valores y principios entre vecinos, sino que ahora la intervienen y la obligan a que atienda un parto, entonces ella tiene que volver a la comunidad y saber que aún tiene que tener una intimidad y respeto, porque seguramente al que se llevaron es muy probable que ella lo haya sacado», dice Liceth.

La partería: Un ritual de reconocimiento

La partería es un acto de liberación, de exploración del cuerpo, de reconocimiento del ser femenino.

 

«Uno de los rituales organizados desde Asoparupa es el Círculo Sagrado de Mujeres: es como un ritual donde cada luna llena nos reunimos, y la diferencia que se marca entre la mujer y el hombre es porque empezamos a conocer y a exponer cosas desde nuestro ser, porque antes la mujer no sentía como ese valor, su propio yo, donde tenemos derecho a decidir cuándo y con quién queremos estar, dónde reconocer nuestro cuerpo, dónde saber que yo siento placer y puedo decir que siento placer en tal parte de mi cuerpo», menciona Luz Stella Cuero.

 

Una partera es miembro fundamental en la tradición, la identidad y la memoria del Pacífico colombiano; es una mujer con un rol cohesionador. Una observadora, guía, consejera, lideresa. Es el reflejo vivo de la resistencia de los pueblos del Pacífico. 

Realizado por: Luis Castaño

Fotografía: Jose Daniel Varón

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