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Aquí nada es artificio, todo es cotidianidad

Las otras historias de los triangulados

Por: Laura Rodriguez Leon

Con cierto temor me lancé a esta aventura: la idea era salir con un equipo de compañeros cámara y micrófono en mano, a buscar lugares de reunión y encuentro de otras generaciones, espacios que parecen encapsulados y se resisten a perderse en los avatares del tiempo.

La misión parecía simple y la categoricé rápido en mi cabeza: si hablamos de una pastelería construida en 1962 por un ciudadano suizo en pleno centro de Bucaramanga, un club de billar ubicado en un sótano a media cuadra de la Catedral la Sagrada Familia y una tienda donde las personas se sienten como en casa, lo más pintoresco en los decorados era lo todo lo que yo me esperaba. A decir verdad, me aproxime a estos espacios con la idea de centrar mi atención en los contornos, buscando la antigüedad de los objetos; pero lo que encontré fue la oportunidad de desmitificar ciertos lugares de mi ciudad y reevaluar lo que creía que sabía de las personas que los habitan.

 

PASTELERÍA BERNA

El olor inconfundible a pan y un ligero sonido de agua cayendo, son la bienvenida de este encantador sitio. Claro, antes de entrar es imposible no notar la fachada en madera con balcones precedidos de materas y un techo en triangulo con ventana que hace de la pastelería construida hace 58 años sobre la calle comercial más transitada de la ciudad, un lugar inconfundible. Felizmente, en cuanto entras, el ruido que flota en la calle queda atrás y te encuentras con la fuente en piedra que construyó con sus manos don Carlos, la misma fuente que da el sonido ambiental y que sirve de refugio a una familia de enanos igualitos a los que aparecían en los cuentos.

 

Don Carlos como le dicen todos de cariño, aparece de improviso, su nombre es Karl Johan Niederbacher Stolz y fundó la pastelería Berna en 1959. Al verlo saludando a sus clientes me pregunto si sabe que su negocio es lugar de encuentro de generaciones que fueron testigo del ascenso al poder de Rojas Pinilla, señores que tertulian allí todas las mañanas en medio de diminutas tazas de tinto recordando con nostalgia la emoción que era apostar al 5 y 6 en las carreras de caballos.

 

Por alguna razón la pastelería y en particular don Gustavo, el cliente más antiguo del lugar  y quien preside la mesa donde cinco señores más charlan animadamente, logran hacer que me transporte a otro lugar en el tiempo: uno muy cercano a casa donde percibo la voz de mi papá hablando de mi abuelo a quien nunca conocí en persona sino a través de las historias que se repiten en las fiestas de mi familia. Un personaje pero que si viviera (ahora tengo la certeza),  sería uno de los integrantes de ese grupo de amigos que se encuentra todas las mañanas de 9 a 11 sin falta en la pastelería Berna.

 

CLUB DE BILLAR LOS EJECUTIVOS

Cuando descendí las estrechas escaleras que desde la carrera 19 dan la entrada al club los ejecutivos, me encontré en un salón amplio poblado de mesas de billar y unas cuantas hileras de casilleros a cada lado, en ese momento me aproximé decidida al señor de más edad que estaba jugando tres bandas en una mesa cercana a la pared del fondo, hice todo el acopio de encanto que pude mostrando una sonrisa y anunciando en voz alta “Buenos días”, sabiendo que a esos tres hombres tenuemente iluminados por una lámpara LED fijada en el techo, no les molestaría interrumpir su partida para voltear a mirar a una mujer joven y bonita.

 

 

Torpemente creí que ellos serían los protagonistas de mi historia, tal vez supuse muy rápido que los billares son lugares exclusivamente masculinos (si bien don Charles y el Mono se lucieron en sus roles secundarios – ver videos) fue Ana Milena quien se ganó sin mucho esfuerzo el centro de atención de este relato.

 

Milena es una mujer joven, no tanto como para no poder llevar con carácter un billar ubicado en el corazón del centro de Bucaramanga, y así lo demostró cuando se acercó animada a contarnos la fecha en que se había fundado el negocio.

-Fueron doña Guillermina Pico y su esposo, los mismos del Señora Bucaramanga los que fundaron este negocio en 1978 - 

Ella no dijo que era la nueva propietaria del billar, esto me lo contó después cuando le pregunté cómo sabía una fecha tan exacta.

– Es que yo estaba buscando a doña Guillermina hace poco para preguntarle por el cuadro – se volteó a mirar una de las esquinas del lugar donde había un cuadro apoyado en el piso, el personaje retratado parecía salido de una caricatura: sombrero y solapa, guantes blancos sosteniendo pícaramente una bola de billar negra marcada con el número 8 y la otra mano apoyada en un taco.

- Para preguntarle quién es ese señor, porque aquí vienen clientes muy antiguos y me dicen que ese fue dueño del billar, pero yo no sé-

- Entonces hay que colgarlo- le dije para animarla a seguir hablando.

 - Sí me toca colgarlo… yo empecé aquí trabajando hace un tiempo y hace unos días logré negociar el lugar, ahora quiero es hacer la reinauguración del negocio, es que mire, esos lockers de allá – señaló con el dedo al otro lado del salón -quiero cambiarlos, que los clientes se sientan más a gusto aquí, quiero como envejecerlos, que se vean mejor.

Yo la miré asombrada, no tanto por la revelación sino porque percibí cuánto amor tenía ella por ese sitio.  

– ¿Me dejas tomarte una foto?

Escuché la voz de Fredy detrás de mí y ella protestó:

– ¡No pero mire este pelo!

Sin dejar de sonreír Milena se soltó el cabello mirando directamente a la cámara, ¡trrrt! el obturador se disparó congelando el momento.

 

 

EL EMBELLECEDOR DE CALZADO DEL PARQUE SANTANDER

Cuando hice mi entrada decidida en el club billares los ejecutivos intentando acercarme a las personas para lograr descubrir sus historias haciendo gala de mi encanto, Charles no tuvo ningún inconveniente en dejar de lado su partida de tres bandas para saludarme con una amplia sonrisa.

 

Mi intuición no me falló, Charles era el conversador del grupo y pronto empezó a contarme sobre la gran afición que sentía por el billar, mientras lo escuchaba, no pude evitar percatarme de que uno de sus compañeros de partida me miraba con desconfianza: a diferencia de Charles, este hombre parecía saber de sobra que no siempre las mejores intenciones se esconden detrás de la sonrisa de una mujer bonita, en mi caso yo sólo quería acercarme a ellos para escuchar sus historias y no pensaba darme por vencida.

 

Fueron necesarios más de 10 minutos siguiendo con detenimiento la partida y muchas preguntas lanzadas al aire sobre el billar para aquel que quisiera responderlas -por supuesto, mi interlocutor siempre fue Charles - para que él decidiera bajar la guardia:

– Es que este es un hobbies de elegancia y de precisión –

Sentí un triunfo cuando lo escuché decir esto, en ese momento se agachó sobre la mesa para verificar la precisión de su ángulo y antes de tacar una carambola perfecta me sonrió.

Venancio Prada ganó.

El aficionado al billar que llevaba 25 años embelleciendo calzado en el parque Santander derrotó por un amplio margen a Álvaro y a Charles, su cara de satisfacción me dio a entender que ganar una partida tres bandas era algo cotidiano para él, para mí el triunfo estaba en conocer estos lugares y a personas como él.

 

 

Aquí nada es artificio, todo es cotidianidad: No sé qué influjo mágico permitió que los protagonistas de este proyecto me dejaran acercarme y me contaran con tanta naturalidad sus relatos, creo que la esencia viva de estos lugares no emana de lo material sino que es un reflejo de la fuerza de las personas que los habitan, es una dinámica particular de memoria y espacio que se manifiesta no sólo como resistencia al paso del tiempo, sino como pura vitalidad, Este proyecto me permitió reconocer tres lugares donde la memoria de las personas que los habitan es un mecanismo de supervivencia: no como lucha de la vida sobre la muerte (algo me dicen que ellos están más allá de la inutilidad de estos debates); sino como afirmación de vida.

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