Juan Pablo Torres durante 18 años ha tallado lápidas que resumen la vida en un nombre completo, una fecha de nacimiento y otra de muerte y, en algunos casos, un mensaje que acompaña la partida al más allá.
Este oficio lo aprendió de su hermano y lo perfeccionó con los años mientras trabajaba en la ruta 45.
Cementerio Central
La muerte está tan ligada a la realidad del hombre como la vida y es para el ser humano quizás el más grande de los misterios.
Cuando en la primera mitad del siglo XVII no pasaba de ser una villa, y después de buscar un sitio definitivo para el cementerio, Don Facundo Mutis decidió donar los terrenos. Se cercaron con una tapia y quedaron bajo la administración de la autoridad eclesiástica.
Años más tarde se construyó la capilla y algunas bóvedas, además de adecuarse caminos adornados con sauces, mirtos y rosales. El cementerio continuó progresando en la construcción de su estructura. A la par, se inició la presentación de servicios funerarios.
Se creó la primera agencia mortuoria, de tal forma que los muertos, anteriormente conducidos en hombros al cementerio, pudieran disponer de un carro o muelle importado. Asimismo, llegaron las lápidas traídas de Europa.
Ilustres familias santandereanos de la época como Alarcón Rodríguez, los Puyana, Ardila Lülle y Ardila Lash, quisieron tener un sitio especial y construyeron panteones para sus descendientes. Estos espacios son considerados reliquias que no solo ambientan el lugar, sino que cuentan el paso del tiempo.
A partir de 1853, aparecieron las bóvedas, una nueva forma de dar sepultura a los muertos. Su uso surgió como alternativa al entierro bajo tierra. El Cementerio Católico tendría su primera intervención años más tarde. En 1865, recibió algunas reformas en su interior y exterior debido a que la población de Bucaramanga creció.
Muchas obras sobrevinieron a las ya citadas, las cuales expresaban el cambio en la percepción de la sociedad respecto al cementerio, adquiriendo un significado distinto en comparación con el lote de tierra mal cercado del primer cementerio. El lote que en un principio se mostraba desordenado empezaba a cambiar su imagen y a su vez, alternaba la concepción de lo bello y lo estético de la época.
En 1893, se construyó la capilla, una sencilla estructura de una sala y un corredor con varias puertas. Paralelo a esta obra, se instaló en el cementerio una verja de hierro cambiando así las características arquitectónicas del lugar.
Después de visitar a un ser querido, la gente paseaba observando sus jardines, disfrutando de la paz y tranquilidad que reinaban en el ambiente. Para los años 20, el lugar perdió su capacidad de convocatoria como de sociabilidad, debido al crecimiento urbano y por la aparición de nuevos espacios destinados para tal fin, como parques, plazas y clubes.